Miré hacia el cielo, estaba nublado. Pequeñas gotas se iban
depositando en mi pelo, en mi cara. Se me nubló la vista, estaba llorando.
Lloraba al son de las gotas de lluvia. La vida no tenía sentido.
Me tumbé en el césped, mientras paraba de llover, al
contrario, yo, seguía llorando. Noté que alguien se acercaba hacia mi, pero no
hice amago de levantarme, ¿para qué? No soy importante, no se iba a parar a
verme, ni a preocuparse por mi, a nadie le importo.
O sí. Sentí como alguien se sentaba a mi lado, entonces
abrí los ojos de un sobresalto. Me giré y vi una silueta de un chico moreno con
ojos marrones, casi negros. Y una sonrisa peculiar, desde luego que era muy
peculiar. Le saludé y el me correspondió con una sonrisa tímida. Volví a cerrar
los ojos con muchísimas ganas de llorar, pero no podía llorar con él a mi lado,
sería bastante incómodo. O no, ¿qué más daría? No le volveré a ver más. Volví a
llenar mis ojos y mi cara de lágrimas. Él se giró al escuchar mi llanto.
-¿Qué te pasa? –preguntó el.
-Déjame, ¿quieres? –le rebatí.
-No, no quiero, me gusta ayudar a la gente.
-Yo no merezco ayuda, no merezco ni la vida.
-No digas eso, todo el mundo merece estar vivo y sobretodo
una chica tan guapa como tú.
-No soy guapa y odio que la gente me mienta sobre ese tema.
-Te lo digo en serio, eres muy guapa. Con esos mechones
rubios a los rayos del sol y marrones bajo la luna. Esos ojos verdes que
resaltan muchísimo más ahora con las lágrimas, que no quiero decir que me guste
verte llorar. Y joder, tienes una sonrisa preciosa. –Se puso rojo nada más
terminar.
-¿Qué dices? Me acabas de conocer, ni siquiera sabes mi
nombre. –Soné muy arisca, pero no era el momento para ponerse a ligar conmigo.
-Ya bueno, es cierto que no me sé tu nombre, pero te veo
mucho por aquí, por no decirte que todas las tardes. Hoy, te he visto llorando
y he decidido venir a hablarte. Ahora dime, ¿qué te pasa?
-¿Tanto te importa?
-Sí. –Se le veía decidido.
-Pues verás, mi vida no tiene sentido. He perdido la
confianza que tenía en mi misma, solamente porque he perdido la razón por la
que vivía. Mi mejor amiga se ha mudado, mi peso ha aumentado y se nota.
Mi novio me ha dejado por otra. La vida es una basura. Una basura con la que
quiero acabar.
-¿Esa es la razón de las cicatrices en tus muñecas?
–Preguntó.
-Sí, en parte.
-¿Y cuál es la otra parte?
-Me odio. Soy fea, gorda, insoportable, pesada, estúpida…
-¿Y quieres acabar con tu vida por eso? Hay gente que ha
muerto de hambre, por enfermedades o por pobreza. Pero tú quieres acabar con tu
vida porque no te gusta tu aspecto o tu forma de ser. Un poco egoísta por tu
parte, ¿no crees? Yo no soy quien para decirte cómo eres, pues no me sé ni tu
nombre, pero te aseguro que no estás sola, siempre que necesites a alguien,
solo búscame por aquí, me llamo César.
-Yo Angy.
Y se marchó.
Estuve yendo a un psiquiatra, porque mis padres pensaron
que había sido todo producto de mi imaginación. Que jocosos, en serio creen que
me imaginaria a alguien que me ayude, cuando lo que menos quiero es ayuda…
Inocentes.
Una mañana volví al parque donde me le encontré, y le vi,
sentado en el mismo sitio que aquel día, sin pensármelo dos veces fui a
sentarme a su lado. Volvimos a compartir saludos, cuando le noté los ojos brillantes,
había estado llorando.
-¿Qué te pasa? –Le pregunté sin pensarlo dos veces.
-Antes de todo, que sepas que si estos meses no he venido
por aquí es porque, si yo estaba mal, no podría hacer que estuvieras mejor tú.
-Vale, tranquilo. ¿Qué te ha pasado?
-Tengo leucemia, creo que debería de habértelo dicho desde
el principio, pero no quería preocuparte.
-¿Q-Qué? ¿Leucemia? ¿Qué haces aquí? ¿Por qué no estás en
el hospital?
-Verás, muy sencillo. En el hospital, dependiendo de cómo
vaya, me dejan un día para salir cada 2 semanas, lo que pasa es que he
empeorado, por no decirte que he estado inconsciente 3 minutos.
-No, no puede ser. Me niego a que alguien como tú, amante
de la vida, esté a punto de morir por un estúpido cáncer. Joder. Joder. No, me
niego.
-Ves, a eso me refería cuando te dije que no desperdiciaras
tu vida, que hay gente a punto de morir cuando es lo que menos quiere, y otra
provocándose la muerte ellos solos.
-Lo siento... –No supe decir nada más.
-Tranquila, me voy a morir igual con o sin ese "Lo
siento"
-¡No digas eso! Aun tienes posibilidades de vivir. –Le
dije con lágrimas en los ojos.
-Vale, Angy... Me tengo que ir, tengo que estar en el
hospital antes de la puesta de sol. Por favor te lo pido, sé feliz. –Se
despidió dándome un beso en la mejilla.
-¡Espera! ¿En qué hospital estás? Quiero ir a visitarte.
Pero no hubo respuesta, giró la esquina y no volví a verle
más.
Desde aquel día no pienso más en el suicidio, no volví
a auto-lesionarme, ni tan siquiera a pensar lo inútil que soy o lo poco
que valgo. Aquel chico me enseñó a mirar la vida con otros ojos, y le estaré
eternamente agradecida. Esta vida la viviré como creo que a el hubiera gustado
vivirla.
Hasta siempre, César.
-Anael.